Tenía muchas ganas de regresar al universo literario de Pere Cervantes después de leer algunas de sus novelas tales como "Tres minutos de color" (Premio Cartagena Negra), "Golpes" (Premio Letras del Mediterráneo) y "El chico de las bobinas", todas ellas con algo que transmitir a cualquier tipo de lector.
En 2014 se publicó "No nos dejan ser niños" y hasta este momento no la había leído y gracias a la Biblioteca Municipal Josefina Soria de Cartagena he podido, alguna manera, pasearme por las calles de Ciudadela, sufrir todo lo que sufre María Médem que, desde mi punto de vista, junto su suegra Amparo son las verdaderas protagonistas de la novela, protagonistas que deben compartir acción con más personajes, que teniendo un peso especial en el desarrollo de la novela para mí están un peldaño por detrás de María y Amparo. Reconozco que he conseguido leer la novela al segundo intento. Un día me la lleve a casa en préstamo bibliotecario pero a los dos días, sin saber muy bien el por qué, lo devolví. Pasó un par de semanas cuando la volví a ver y me dije: "Ahora sí". Y así fue.
La única pega que le pongo,
por ponerle alguna, es el ritmo de la narración. Me esperaba un ritmo
con mucho movimiento, un ritmo de aquellos que no deja respirar al
lector pero, en cierto modo, "No nos dejan ser niños" me ha sorprendido
para bien a pesar de que el ritmo de la trama, como digo, no era el que
esperaba. Lo más escabroso y, por consiguiente, lo que ha hecho que me terminara de leer la novela ha sido el momento en el que se cometen los crímenes que tienen lugar a lo largo de la narración y el querer desenmascarar al culpable. Se podía decir que me podía la curiosidad por saber quien era la persona que sembraba la isla de Menorca en una espiral de crímenes, de miedos, etc.
Una enseñanza que saco después de haber leído esta novela es que tenemos que evitar juzgar a las otras personas por muy mal que nos puedan caer por los motivos que sean y que, en ocasiones, es mejor no saber algo en vez de estar siempre metiendo la pata continuamente y sin apenas tener posibilidades de rectificar. Esto se puede ver en un momento dado entre María Médem y su suegra.
También quería resaltar una frase que le dice Roberto Rial a María. Hay un pasaje de la novela en la que están hablando y Roberto le comenta a su compañera: "La vida, como nosotros, también se acoge al derecho de guardar silencio." Es una frase que se me ha grabado a fuego.
FICHA TÉCNICA:
Ciudadela, Menorca. Cuando María Médem se reincorpora a su puesto de agente de la comisaría local tras una baja maternal, aparecen en la isla dos sexagenarias asesinadas. En el domicilio donde se descubren los cuerpos se dan tres coincidencias: un fuerte olor a algo parecido a la hierbabuena, una misma canción de Raphael reproduciéndose una y otra vez en el ordenador y un orden estricto en todas las estancias. El pasado de la protagonista como integrante del grupo de Homicidios de Barcelona es razón suficiente para que le encarguen una investigación que se presenta compleja.
Compatibilizar sus obligaciones de madre con su trabajo, a pesar de las ausencias intermitentes de su marido por exigencias laborales, incluso la turbadora presencia del enigmático Roberto Rial, responsable de la unidad de Homicidios de la central en Madrid, no son ni de lejos la principal preocupación de María. Su verdadero problema tiene nombre y apellido: Amparo García, su suegra. Dormir varios días al mes con medio lecho vacío, trabajar en una comisaría repleta de tipos insensibles y tener un bebé del que ocuparse, pueden convertir la vida en un infierno. Pero tener que vérselas con una suegra insoportable que incluso podría ser una asesina de ancianas, es algo definitivamente peor. Una novela negra actual y cercana que desconcierta al lector desde la primera página, obligándolo a modificar constantemente su opinión y empujándolo a continuar leyendo.
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