Era una mañana bien fría aquella en la que mi vida tomó un giro de 180 grados. Me desperté nada más sonar el himno del FC.Cartagena que tengo como sonido de la alarma. Cuando me disponía a poner los dos pies en el suelo sonó el timbre. "¿Quién coño será si son las 8.00h de la mañana?", fue el primer pensamiento que pasó por mi mente atontada a primera hora del día.
- Augusto Prisco, abra. Somos la policía.
La policía en mi casa y sin saber el motivo de esta visita tan inesperada.
- Enseguida agentes. Me acabo de despertar. ¿Les importaría que me aseara antes de abrir la puerta?
No obtuve respuesta. Simplemente, cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo con los pelos mirando para Cuenca y con una toalla que me tapaba la zona noble.
- Me temo que nos va a tener que acompañar a comisaria señor Prisco.
- De acuerdo. Aunque no se el motivo por el que se me requiere en la comisaria, agente....
- Inspector. Soy el inspector Alfredo Romano.
- Y, ¿por qué motivo tengo que ir esposado y comparecer en comisaría? -dije con la sensación de que me estaban tomando el pelo, aunque las caras de los policías eran las caras de auténticos bulldogs, esos perros con cara arrugada.
- No se preocupe caballero. Le diremos los motivos una vez en comisaria cuando se vista.
COMISARÍA DE POLICÍA DE CARTAGENA. 10.00H DE LA MAÑANA.
La sala a la que accedí a empujones era una sala fría, pobre y oscura. Solamente contaba en el centro con una mesa, dos sillas a un lado, que supuse que eran para los policías; y una silla al otro lado de la mesa, en donde, sin lugar a dudas, me iba a sentar yo como acusado.
- Bien señor Prisco. -empezó a hablar el inspector que había ido a mi casa a sacarme a rastras de mi hogar, dulce hogar.- Como ya sabe, soy el Inspector Alfredo Romano y me acompaña la inspectora Blanca Romero y está aquí por el asesinato de Narciso.
En ese momento la cara que se me quedó al enterarme de que mi amigo de toda la vida había muerto fue la de "El Grito" del famoso Edvard Munch.
- ¿Sorprendido? -fue la inspector quien lanzó la pregunta.
- La verdad es que si. No sabía que la había palmado. No me malinterpreten pero es mi vocabulario.
- Dejese de gilipolleces. Tenemos pruebas suficientes para acusarle del asesinato. ¿Piensa que somos tontos del bote?
- En absoluto pero os juro que yo no he hecho nada de lo que me acusan.
- Los compañeros de la policía científica han encontrado sus huellas por todo el lugar del crimen. Le voy a hacer una pregunta muy sencilla, señor Prisco, que quiero que me responda. ¿Qué hizo usted la tarde en que su amigo pasó al otro barrio, señor Prisco?
- Estuve en casa todo el rato viendo la televisión.
- ¿Y qué vio?
- Fútbol. Me encanta el fútbol.
- ¿Quién jugaba?
- Era el derbi. FC.Cartagena vs R.Murcia en el Cartagonova.
- ¿Y no fue al estadio?
- Si....quería decir que no.
- ¿Fue o no fue al estadio? Diga la verdad.
- No. No fui.
- Digamos que le creemos. ¿Qué otra persona pudo perpetrar el asesinato?
En ese momento me derrumbé encima de la mesa de interrogatorios.
- Mi hijo.
- ¿Cómo dice?
- Que digo que fue mi hijo que no soportaba que mi amistad con Narciso siguiera en vigor.
- Y ¿podemos hablar con su hijo?
- Si nos disculpa, enseguida volvemos.
Cuando salieron los inspectores, mi mundo se vino abajo. Nunca pensé que sería capaz de arrastrar a mi hijo a las cloacas de la maldad.
- Señor Prisco, hasta que no podamos averiguar si lo de su hijo es cierto, se va a quedar un tiempecito entre rejas para evitar que se largue. Hasta que volvamos a hablar, que disfrute de su estancia en la cárcel y recapacite. Hoy le podemos creer en cierto modo. Mañana, quizá no le creeremos.
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