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miércoles, 25 de marzo de 2020

AQUELLOS DÍAS A TRAVÉS DE LA VENTANA


Mi vida va menguando cuando, desde que tengo uso de razón, mi vida siempre se ha caracterizado por ser una vida muy movidita. Un día de fiesta y al siguiente, también. Tenía la sensación de que se me caía el techo y me sepultaba bajo una montaña inmensa de escombros. Solamente estaba en el hogar, dulce hogar, con mi familia el tiempo estrictamente necesario porque si no salía a la calle, al hogar que me costó dolor y lágrimas construir no entraba el jornal necesario para ir tirando.

Decía que lo mío era ir de fiesta cada día porque el trabajo que tenía lo consideraba una auténtica fiesta. Iba todos los días con una sonrisa de oreja a oreja. Hay que decirlo: soy militar y me gustaba mi trabajo porque, aparte de sentirme útil desempeñando una determinada tarea, me permitía viajar por infinidad de sitios, aunque no siempre lo haciamos por amor al arte.

Cuando llegó un momento determinado de mi vida, que maldigo siempre, me licenciaron del ejército y me impidieron sentirme útil. La razón: me fui a jugar al fútbol con cuatro o cinco amigotes, no se cuántos exactamente porque, según le dicen los médicos a mi hija querida del alma, estoy perdiendo la memoria; y me rompí la pierna por varios sitios, lesión que nunca se curó y por este motivo me dijeron: "Giliberto, lo sentimos. No puedes seguir con nosotros en el ejército". Desde entonces no soy el mismo.

A partir de ese momento, mi vida se vio reducida a levantarme de la cama, desayunar, leer novelas de topo tipo, comer, cenar, ver a la gente por la ventana de mi cuartucho que me dio mi hija cuando me obligó a vivir con ella y con su marido. Benditos aquellos días en los que pasaba todo el tiempo mirando a la gente y escuchando a los pajarillos cantando desde la ventana.

Ahora y hasta que venga la Parca y me lleve junto con mi mujer, me encuentro recluido en un hospital rodeado de muchas máquinas. Que si para tener mis constantes vitales vigiladas. Que si la tensión. Que si la saturación de la sangre en las venas. Máquinas que, como yo, en algún momento diran de parar.
Noto que me queda poca vida por delante. Antes de marcharme a mejor vida, si alguna vez me he equivocado deciros que no me tengáis en cuenta. Fui el que fui y ya no puedo hacer nada para cambiar el pasado vivido.

Se despide de todos vosotros Giliberto Zalzúa Antón, cartagenero de nacimiento con ascendentes vascos. Se va para no volver un hombre con muchas equivocaciones y muchas metidas de pata. Me voy a mejor vida. Mi legado seguirá vivo en mi hija Lisa Zalzúa Prest y sus descendientes. Hasta más ver y sed felices mientras podáis. 

 
 

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